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Además, divulgar información del gran jurado es un delito en ciertas jurisdicciones, y definitivamente es falto de ética que un fiscal divulgue las cosas que pasen allí. Ni el gran jurado puede divulgar nada. Pero, los testigos en Nueva York pueden decir lo que presentaron al gran jurado. Recuerdo el lugar en el que estábamos esperando. El fiscal auxiliar entró y me llamó a testificar. Entré. Me senté. Miré alrededor del cuarto. No había nadie que se pareciera a mí. No había gente de color. Estaban sentados en un área como de un teatro. Con asientos elevados. Creo que habían unas o más personas allí. Uno estaba leyendo un libro, otra leyendo una revista, otros conversando. Yo sentía, al estar sentada en esa silla, que no les importaba lo que yo dijera. No les importaba. No me prestaron atención. Ninguna. ¿Sí? Y, me enojé bastante conmigo misma, porque en un momento me puse a llorar. Y odié ese momento. Porque sentí que iban a decir, «Es otra afroamericana que no crio bien a su hijo, y ahora quiere que nosotros hagamos que alguien pague». Así me sentí. Cuando tu padre volvió, me dijo «no esperes nada, porque nada va a pasar». ¿Cómo te enteraste de su decisión? Ellos vinieron. ¿Quién vino para acá? Un fiscal auxiliar y un detective. ¿Y qué te dijeron? Que no lo acusaron formalmente. Que la acusación fue rechazada. ¿Eso fue todo? «Lo siento». ¿Qué pasó después? Abrí la puerta, y dije: «Gracias por venir». Y voy a ser muy honesta contigo. Cuando la puerta se cerró, me derrumbé. No he tratado jamás de imaginarme cómo se ve. Creo que se parece sin ofender a los presentes, a cualquier hombre blanco que he visto. Se parece al vendedor de boletos del ferrocarril de Long Island. Se parece al tipo comprando cerveza frente a mí en el bar. Se parece al idiota que se fue en mi taxi. Se parece a mi terapista físico. Se parece a cualquiera, quien sea, y a todos. Está en todos lados. Se parece a todo mundo. Como en la preparatoria, todos prueban su valía. Ford la probaba todos los días. Supongo que cambió cuando se dio cuenta de su tamaño, y que podía intimidar a la gente. Era mi cumpleaños, creo que cumplía años, y uno de esos chicos amenazantes quiso molestarme. Nos estábamos peleando, y uno de sus amigos tenía un cuchillo, y trató de dárselo al tipo con el que yo estaba peleando. Ford lo paró, y le dijo «si fuera tú, no haría eso». Agarró el cuchillo, el chico lo quedó viendo, y se volteó a ver la pelea. No sé si me salvó la vida. Pero así era Ford, protector. Ford sacó su licencia de manejo en el .º grado. Su familia tenía una vagoneta, verde, grande. Podía sentar a unos , y nos aseguramos de que lo hiciera. Íbamos a diferentes ciudades, buscando problemas y chicas. Un % de veces, problemas, y el otro %, chicas. Lo conocí en , en nuestro primer año en Howard, en Washington D.C. Ford era el único que tenía puesta una camisa y corbata, pantalones y zapatos de vestir. El resto, tenis y pantalones cortos. Y era extraño, porque lo primero que uno pensaba era, «¿Acaso es un nerd?». O demasiado serio. Pero no era nada de eso.
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